Hacia solo 213 días que estaba esperando las fechas del recital de Manu Chao en Rosario.
Las cadenas de mails con mis amigos eran un cotorreo incesante, la distribución de los autos para el viaje desde Capital Federal, las alternativas de campings, el sorteo para ver quien se ocupaba de preparar los sándwiches… todo contemplado, nada librado al azar.
El día finalmente llegó. 15 de noviembre. Martes. La euforia se desato para todos, pero no para mí. Los chicos sabían de mi trabajo, pero me alentaron igual a que pidiera el día libre. Las excusas eran un abanico: “decí que tenes una enfermedad terminal”, “contales la verdad, te van a entender”, “renuncia que después vemos que hacemos” “no sos vos, soy yo”
- Marcela, ¿te puedo hacer una pregunta? – Le dije con una sonrisa inocente a mi supervisora.
- Si, Federico (solo me decía Federico cuando estaba de mal humor)
- Eh.. –dubitativo. La suerte estaba echada, así que proseguí. – Puedo faltar el martes 15 para ir al recital de un grupo de música que me gusta y toca en…
Pero no pude terminar la frase porque sus ojos se llenaron lentamente de lagrimas, y una sorda carcajada salió primero desde su garganta en forma muy ronca, moviendo las cuerdas vocales oxidadas por el desuso, luego retumbaron en la caja fonadora que armaba la cavidad bucal, para salir segundos después espásticas y libres al mundo exterior por unos extensos cuatro segundos.
Me dijo que no, pero la hice reír.
Muy bueno!
ResponderEliminarNo entiendo por qué nos cuesta tanto "pedir el día"...